• 10/05/2024 09:39

Múltiples Existencias – El pasto crecía (por Manuel Díaz)

El pasto crecía. Era casi imperceptible. Se notaba más que nada en los bordes, entre el muro que daba a la calle y la entrada, donde la cerámica gastada por el paso de los años brillaba menos que los faroles rotos por los piedrazos de algunos chicos que ya no eran chicos. Es decir que pasó ya mucho tiempo, y el pasto no dejaba de crecer. Mañana voy a cortarlo, pensaba Alexander, sentado como siempre en su silla de madera con la mitad de los barrotes limados por el agua y el viento.
En su mano derecha, un vaso de agua redondo le daba contención y sus ojos, tan apagados como su cerebro atrofiado de jubilado desganado, solo enfocaban elementos conocidos, como el pasto de su pequeño patio. Mañana lo voy a cortar, dijo en voz baja.
Pero el día anterior ya había dicho lo mismo, y probablemente lo diría de nuevo al otro día.
Las arrugas de su frente se peleaban por un lugar prominente, mientras los dedos de sus pies, en los intersticios de sus sandalias de cuero, disfrutaban de una brisa de otoño, que su nariz odiaba porque le hacía toser y tenía que sonarse todo el tiempo. La mirada igual, siempre para abajo, no más allá del murito de ladrillos ennegrecidos. El patio era suyo y era su orgullo, pero era su horizonte, ya que, para afuera, no había nada bueno para esperar. Solo ver crecer el pasto y postergar la cortada, para no quedarse sin nada para hacer, nada para postergar, nada para esperar más que cuidar lo que le quedaba de universo, cuando más arriba el jacarandá extendía su copa y los pajaritos volaban atareados para consolidar sus nidos antes de la llegada del invierno, más arriba de los guembés que trepaban, siempre más alto, buscando la luz. El horizonte de Alexander no llegaba tan alto. Era su silla, el pasto y la cerámica de la entrada. Llenar su vaso y esperar que termine el día, descansar para poder ver otro día lo mismo. ¿Para qué? Buena pregunta; pero él no se preguntaba más nada, no hacia falta buscar más respuestas.