• 28/04/2024 03:30

Múltiples Existencias: Atardecer en la reserva – (por Manuel Díaz)

Un árbol y, al lado, otro árbol. Luego otro árbol y otros árboles, muchos árboles, tantos que el ojo no da abasto para abrazarlos a todos en una sola imagen. Se confunden en una masa infinita, una capa que protege y esconde un bosque inmenso que se extiende entre valles y crestas, desde la posición de Germán hasta la línea del horizonte, allá lejos, imperceptiblemente inaccesible, en los puntos misteriosos donde no llega la mirada. Frente a este panorama soñado, iluminado por la luz del fin del día, Germán se deja llevar por la fascinación y el vértigo que le provoca la inmensidad del bosque, en esta montaña que comienza allá abajo, donde su pueblo termina. Cierra un ojo y luego el otro. Enfoca en un punto al azar, luego cambia y al final vuelve a la vista general. Hay para mirar durante horas sin aburrirse. Aprovecha, porque es la primera vez que lo puede mirar, ya que por fin su amigo Renato le llevó ahí. Renato es su vecino y es más grande que Germán. Tiene dieciocho años y Germán solo quince. En el barrio, hace rato que ya no queda más nada nuevo para conocer; recorrieron todos los recovecos en sus tardes de vagancia. Su deseo de expansión ha llegado a sus límites y necesita descubrir nuevos horizontes. Desde hace semanas le viene pidiendo a Renato que le lleve, que le muestre el camino. Por lo menos una vez, porque después podría ir sólo. Pero necesitaba ir con alguien la primera vez. Renato no le dio mucho artículo, en verdad. Germán es su vecinito, que conoce desde que andaba a cuatro patas, más o menos. Él siempre estuvo en otro nivel. Ahora sale con chicas y anda en moto. Él le mira como un hermano mayor, con envidia y, en cierto modo, eso a Renato le complace. Tal vez porque ambos son hijos únicos.

Después de varias horas de caminata entre la vegetación, llegaron a la cima del primer cerro, del cual se ve toda la reserva. Desde ahí, se puede ver la inmensidad del bosque y escuchar el coro formado con las voces de pájaros invisibles. Pero ni un rasgo de ser humano. Es tan abrumador… Germán se acuerda de repente que está sólo desde hace un buen rato. Alrededor suyo el silencio se vuelve pesado. En frente de él está la inmensidad del vacío que antecede el paisaje lejano, pero, detrás de él, los arboles le rodean. Con un exceso de prisa, da la vuelta hacia ellos. Sus ramas se dejan mecer suavemente por una brisa fresca. No se ve nada detrás de ellos. Renato se fue cuando llegaron a la cima. Dijo que iba y volvía enseguida, que tenía que ir a buscar algo que se olvidó, sin decir adonde. Dejó a Germán sólo. Los ruidos de la selva se acrecientan a medida que las luces del atardecer se tornan más oscuras. Y no son solamente agradables y bellos, sino que también asustan. Hay mucha vida alrededor de este chiquilín, novato en el lugar. Los animales que merodean por allí deben estar más a gusto que él… ellos se conocen todo, están en su casa. El intruso es él. Si viene un yaguareté o un jabalí, un mono, un cuatí o vaya a saber que otro mamífero se le puede cruzar, no tiene idea de lo que debe hacer. Los árboles son muy altos y no tiene por donde trepar. Correr? Totalmente inútil, se caería en la primera rama que sobresale del suelo. Que desesperación… Cuando vendrá Renato? En la parte de bosque frondoso que tiene a su derecha, percibe movimientos de hojas y crujidos, como si algo grande estuviera acercándose…

Justo escucha una voz humana… que alivio!

– Es así como te digo, Chelo, no te podes quedar callado y esperar a que venga por arte de magia. Tampoco hablar sin parar para llenar los silencios. Te digo, no hay nada que les

guste más que las escuchen y que se sientan comprendidas. Y que lo que le digas le aporte algo, si puede ser, es mejor todavía. Anotas puntos. Escúchala bien y decí algo relacionado con lo que ella dice, porque si hablas, que sea para agregar algo interesante o que le haga reír. Me cansé, te juro, de ver tipos que solo hablan y hablan y hablan, y la chica al lado escuchando con una sonrisa fingida de muñequita, sin decir nada. Eso funciona si sos lindo y a ella no le importa lo que decís, porque ya está ganado de entrada y es solo cuestión de llevarla donde ella sabe que van a ir. Pero si la querés enganchar de verdad tenés que hacer lo que te digo, amigo. Eh Germán, como andas? Justo me lo cruce al Chelo y le traje por acá para que conozca también.

Renato y el Chelo aparecen desde adentro de la espesa vegetación, lo más relajados del mundo, hablando como si estuvieran sentados en un banco en la plaza.

El Chelo tiene diecisiete años y es de otro barrio, pero Renato le conoce porque se conoce a todo el mundo. Como será que se lo encontró justo ahora, en la selva? Que viene haciendo por acá?

Germán y el Chelo se miran de reojo un rato, tan sorprendido cada uno de encontrarse con el otro, en este lugar insólito, apartado de la civilización y de sus ritos.

– Bueno dale, gente, ya es hora, sentencia Renato. Volvamos a casa.