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Múltiples Existencias: La Bicicleta

Mar 14, 2021

Del libro Mboyeré de percepciones. La bicicleta. (De El Gurú del Caíco)

Siempre me ha llamado la atención como se hace cuerpo una historia, ya sea leída u oída. Esa superposición de la que no somos conscientes y que emerge de una extraña imagen vívida e imaginaria que se yuxtapone a la visión terrenal del momento. Como esa historia se ilumina en la mente y ésta se vuelve un caleidoscopio de existencias en un mismo segundo.  Imágenes y sensaciones que aparecen poco a poco, iluminándose por una pequeña lumbre de fosforo, que se vuelve vela, luego antorcha, hasta que las llamas borrosas de la imaginación se adhieren a la piel de la imaginación tomando forma y a veces cuerpo. No puedo decir “Había una vez” sin que se genere un espacio dentro, fuera o paralelo a éste mundo que no es un lugar en realidad, una especie de vacío que puede verse borroso y de a poco se va haciendo contorno.  Y luego, con el “una chica curiosa” emerge una figura femenina, no muy nítida. No sé si es rubia o morocha. Esta borrosa. Pero el adjetivo curiosa, da a entender algo abstracto de la mirada, aun no aparece el color de sus ojos, pero si en la mirada la búsqueda de otros mundos; “curiosa” también incendia una comprensión intangible del texto, algo que tiene que ver con la otra existencia de nosotros. Dentro de esa visión de ojos que generó la frase hay una imagen más clara dentro de otra más difusa, y entre ellas aparecen las letras. Las leo, pero siento como si no las leyera, como si una voz en off siguiera la cadencia del sonido de los dibujitos de palabras que pintan con sonido el retrato de un cuento pero la voz viene de lejos, de un oído exterior a mí. Aparece ese color de piel morocha que me es tan familiar, y al extraño conjunto de imágenes difusas, se le suman hormigueando las negras las letras caminando en una recta al infinito como si fuese un solo renglón. Sé que cada tanto mis ojos se mueven, pero aun así las siento como en una hilera. Y no sé cómo leo, pero no noto a las letras salvo que las piense, porque estallan sensaciones a punta de palabra y creo que no se leer, que nunca aprendí que alguien puso play a un video cenestésico en mi cabeza. El caleidoscópico libro mezcla letras, sonidos, imágenes, sensaciones y el mundo donde estoy accidentalmente hoy.  Percibo un contorno de sombras ocres que se van formando entre el asiento del colectivo que va de Oberá a Posadas y la página.  Este artefacto genera lo inevitable, me abstraigo del mundo terrenal  y voy a ese que descrito en el papel. Siguen las letras y va tomando mas forma, “…que quería saber que había del otro lado del muro, entonces tomó su bicicleta, y recorrió el camino que va desde la ruta al arroyo. La tierra roja, estaba seca y la polvareda se fue metiendo en sus ojos y dientes,…” Con esto último, no puedo evitar limpiármelos con la lengua y sentir la áspera arenilla (como lo estás haciendo vos ahora). “…movía los pedales de la bici con mucha fuerza, porque en misiones se pedalea solo en subida, no hay nada plano.  Recordó que leyó  una vez una poesía,…-que en misiones se siente el  viento húmedo con olor a verde, mezcla de oscura agonía y vida pujante de esta tierra, junto al barro del borde del camino bajo los árboles -, sonó como un dictado que había oído la chica en otro momento”. Las palabras “leyó” y  “poesía” hacen atravesar la historia que se lee y agrega más dimensiones al caleidoscopio que la protagonista en algún momento tuvo que sentir, traspasando de un mundo a otro del libro. También ella tuvo un mundo en blanco, donde se generó la poesía pasada a papel, para que vuelva a revivir el autor del libro de la chica en bicicleta, para así pasar a existir “una chica en bicicleta”.  Y leí un montón de párrafos, que quedaron sofocados por los pensamientos que no eran ni palabra ni imágenes hasta que despierto en “subió el cerro, y sus piernas agotadas le pedían un descanso, por lo que se bajó y comenzó a empujar la bicicleta. Cerró los ojos y sintió el calor del mediodía misionero, que aun en invierno es fuerte y caliente. Sus parpados, aunque cerrados, no apagaban la luz, por lo que pudo ver un  espacio intrauterino.” Aparece ante mí una imagen de rosa intenso con un punto amarillento que emana calor, y se mezcla un poco con el azul de la cortina del colectivo y las sombras momentáneas y pasajeras del camino.

 Sigo leyendo mientras a lo lejos suena, agregando otro plano al caleidoscopio  Laura- a-a-a, se te ve la tanga. De la radio del colectivero.  “desde el cerro, la muchacha, veía a lo lejos…” (¿Laura?) (El paréntesis es mío) “…que el muro era invisible, y que la bicicleta se derretía en una lengua gigante que era la propia picada. Aceleró para llegar al arroyo, pero su cuerpo comenzó a hacerse viscoso y la desesperó el convertirse en un líquido espeso. Sintió como sus partes se deshacían y la lengua gigante revoloteaba transformando el paisaje en sabores. La chica abandono la bicicleta y comenzó a correr hasta perderse en una masa amorfa, arrastrándose por la picada gritando: …”

  • Ahhhhhhhhhh- la chica del asiento de al lado toda transpirada ¿o derretida? despertó de una aparente pesadilla.  El grito alteró a todos los pasajeros. Que gente loca anda suelta yendo por misiones.

(Ilustración: Rodrigo García)