Libre de plumas, decía el colgante que venía con la campera, una medalla de plástico transparente con un pedacito de bellón metido adentro. Libre de plumas.
Me hizo ruido, la sostuve en mi mano, casi como a un pedacito de nido y adoré esa pavadita más que toda la campera, me puse a buscarle un uso. Pensé que podía quedar bien como llavero, la libertad y las llaves, de alguna manera, se complementan: Libre de plumas.
Allí estaba el encanto, en que más que las llaves, mucho más, la libertad tiene que ver con las plumas, específicamente, con las alas y por eso el ruidito a remontada, libre, libre, libre, de plumas, de piquito de canario, libre de amarillo, de rama de limonero y paloma blanca, libre, más libre, de gaviotas y de playas, de cóndores y de patria, libre, libre, más libre, de lechuzas, de urracas, más, más, libre.
De ahí vino el ruidito ¿Habrán muerto los pájaros cuyas plumas se hundían en un tintero para escribir cartas? ¿Habrán muerto aquellos pájaros? ¿Estarán volviendo por su revancha, libres de plumas? Y mi página libre, libre, libre, mi llave, mis alas…en blanco.