El sonido significa la presencia de “algo” y puede ser traducido como onda, captada por un sistema auditivo, pero esa “es” la -mirada física y neurológica- del sonido, porque todo sonido tiene, posee, es parte de algo que trasciende a lo señalado, y es la condición humana por excelencia que representa la –voz-, en lo que se dice, lo que se pide, lo que se clama, lo que se “canta”, porque no hay ¡nada comparable en la tierra a la voz humana! y a sus matices para llegar a ser solo un –sonido-.
El cantante se llama -David Draiman- del conjunto Disturbt y la canción a la que nos vamos a referir es ese clásico de los sesenta titulada “Los Sonidos del Silencio”, la mayoría la ha escuchado alguna vez y versionada de muchas formas, es la adaptación de un clásico, por el cual provoque la siguiente curiosidad por ¡cómo se lo puede abordar!, de qué forma, voz, técnica y arreglos musicales, donde la señalada obra es acompañada por un video en blanco y negro que le da realce, pertinencia y decoro a la interpretación musical.
Grabado en el 2016, con esta versión en cierto modo nos hallamos ante una ruptura a las clásicas interpretaciones anteriores, la composición musical, leve, dulce y tenue, la hacen más proclives a una atmósfera más “aguda” que “grave”, bueno, es justamente esa interpretación por apelar a lo grave, lo que la hace distinta, e inscribir la paradoja de lo nuevo en lo viejo. Con un comienzo lento, casi un susurro, un diálogo musicalizado se hace eco y con el rostro impactante de su vocalista, bajo un juego de oscuridades y lumbres, surge el sentido fugaz a su presencia e imagen reiterada en el video.
Un salto de calidad es la ejecución del tambor que remarca su ritmo poderoso por momentos en la canción, así, poder, fuerza, determinación, horizonte y destino, todo eso se conjuga en su potente sonido que permite vislumbrar el progresiva sonido de la voz que se va elevando poco a poco, hasta que surge toda la dimensión humana de la voz que ¡grita, ruge, se eleva! a todos los sitios cardinales de la existencia para ser escuchada, en un rugido depredador que pugna dominar al universo entero su decir grandioso, esa voz -ya no es canto-, es bramido con puños que se cierran y con un rostro que adquiere el tinte de un desafío y que solo el decir puede provocar: Todo se va haciendo grandiosos, las palpitaciones se tornan el nuevo espacio de quienes escuchan ese dolor retenido-atávico que la tierra guarda y Draiman ¡desata!, así, en el juego de las reacciones que nacen al escuchar la presente versión, algo se repite, se reitera, y son los puños apretados, los gestos de furia que acompañan tal final, el llanto contenido y la experiencia más proclive a lo numinoso que a escuchar un clásico del sesenta.
Entonces, por momentos como este, por estas interpretaciones, por estas experiencias notables, uno es hace consiente de una mezquindad y es el de la –mortalidad-, porque la inmortalidad pide permiso, se hace eco y espacio, se hace panteón para que los nuevos dioses la puedan “albergar” por siempre, tal la nueva versión de “Los Sonidos del Silencio” por David Draiman en Disturbt.
Juan Oviedo