• 25/04/2024 16:58

Múltiples Existencias: En el micro de vuelta, al año siguiente (por Silvia Barberini)

Si el chiquito no hubiese ido solo, no me habría tentado. Pero ocurrió que su gesto me llevó a la sonrisa como forma de saludo y me senté, ocupando la butaca del pasillo todavía algo distraída, para volver otra vez, a la página.

Ya en el viaje de ida había venido con una lectura sobre lectores y retomé el texto, así que cuando Piglia nombra al otro, al que mira leer, levanto los ojos por reflejo y casi a un mismo tiempo percibo los ojazos marrones del muchachito que me espiaba, a través del espejo de la ventanilla, y me quedo prendida en esa picardía limpia, de quien sonaba y sonaba sin pañuelo, sin suciedad ni mocos ni lágrimas, sólo para ver mi reacción y cada vez giraba pícaro a esta extraña, más extraña, que venía leyendo sin ojear el contexto, y no un teléfono.

Viajaba lleno de pobreza y limpio, peinado a la cachetada, listo para iniciar la visita a quién sabe quién de fin de año, y no dejaba que lo desatienda con sus mohines. Yo me volvía a sonreír cada vez pensando en cuanto podríamos estar de ese modo sencillo, sabiéndonos, atentos, curiosos, hasta que por ahí se dio por vencido acomodándose en la butaca para mirarme abiertamente, hasta que cayó en sopor de sueño.

Supuse que no había caso, que ver a una mujer siempre con la cabeza gacha, transporta de forma irremediable, a cualquiera, al aburrimiento.

Se le vencía la mirada cuando su madre, al otro lado del pasillo, le dijo en voz alta:

—¡Negro! No te duermas. —Y los tres nos entendimos.